Cristina Fernández de Kirchner
deja el poder el 10 de diciembre, es un hecho. Sin embargo el discurso que la empoderó
y posiciono en el eje de las discusiones, a favor y en contra, no se termina
por un pase de banda presidencial y bastón. En estos 12 años asistimos a la
creación y profundización de un mito/discurso que mas allá de las conquistas
tanto materiales como simbólicas, re constituyo nuestras identidades políticas,
que antaño fueron disueltas en la crisis socio-económica y política que tuvo su
cenit en el 2001, arrasando con todo
un paradigma de entender lo social, lo político y lo económico. En estos
últimos años la lógica amigo/enemigo que atravesó a toda la sociedad, si bien
es cierto a distintos niveles y formas, fue plasmada en la formula Kirchnerismo/Antikirchnerismo. Esta
antinomia, sirvió de andamiaje simbólico a oficialismo y oposición a la hora de
sumar bancas, adeptos y votos. Algunos podrán decir que un discurso tan
corrosivo como este nos corrompe como sociedad, pero en mi opinión sirvió para
curar las heridas del pasado: Si bien esa lógica de amigo/enemigo llevada al
extremo pueda aniquilarnos como sociedad, un fortalecimiento en simultaneo de
las instituciones democráticas, cuya máxima cristalización son las elecciones
libres y regulares que venimos teniendo hace mas de 30 años de forma
ininterrumpida, sumado al paradójico hecho de que haya ganado un candidato de
centroderecha por esta vía, demuestran lo contrario.
Con respecto al rol de la
oposición, que el 12 de diciembre asumirá como gobierno, su primera tarea será
construir su propio mito, sin apelar a las mitologías anteriores, es decir, si
en verdad viene a ser lo “nuevo” deberá construir su espacio de gobierno sin
poder apelar a lo que lo constituyo como espacio: ser Antikirchnerismo, lo que supone una paradoja que deberán resolver
si quieren construir hegemonía y gobernabilidad desde el llano. Ahora ellos
serán el centro y quien guie las pautas y los modos de la política que se
viene. El mito que se va es fuerte, el que viene no lo sabemos, puede que el
primer año de gobierno las formulas de echar culpas a la gestión anterior
tengan algo de rédito político, pero se debe ser cauteloso a la hora de quemar
los viejos panteones del kirchnerismo:
Esconden más de lo que muestran, entre otras cosas, esas nuevas pautas de
conducta política que supieron constituirse en nuestro norte político y social
post-2001, kirchnerismo/antikirchnerismo.
Ahora que serán gobierno,
clausurar ese clivaje puede parecer apetecedor, pero conllevara la supresión de
su propia identidad como espacio político, de realizarlo, quedaría solo un
puñado de dirigentes de empresas a cargo del estado, sin una visión, un relato,
un mito unificador capaz de capitalizar el descontento popular plasmado en las
urnas. Si se quiere cerrar la mal llamada “Grieta”, se necesitara algo más que Obra
pública y credibilidad financiera internacional, se necesitara un nuevo mito
que reemplace al anterior. Es absurdo, y quiero creer que el futuro presidente es
consciente de esto, que no se sobrevive en la arena política sin disputas, sin
bloques de intereses concretos, sin discursos, sin símbolos unificadores. Si se
piensa reemplazar eso con un discurso tecnocrático/meritocratico, lo político más
tarde o más temprano retornara a ocupar su lugar de forma implacable, cuando la
gente descreída y excluida reclame para sí identidad política. Es decir, que
apostar a la desideologización como hilo de construcción de consenso político,
choca necesariamente con estos 12 años de sobrecarga
ideológica y puede generar tensiones que se suman a los múltiples desafíos que
tendrá el gobierno que viene. En definitiva, si la alianza CAMBIEMOS quiere
proyectarse en el tiempo como una propuesta política consolidada deberá tener
en cuenta esta variable ideológica, que hasta aquí parece tachada como “fuente
de discordias y divisiones entre los argentinos”.
Todo esto, sumado a los rastros
que dejo el kirchnerismo en la
identidad política de todos los argentinos post-2001, plantea más de un desafío
al gobierno que viene. Lo que queda claro es que no será nada fácil clausurar,
como prometió, esa antinomia que supo ser identidad, arena de disputas, agenda
y herramientas discursivas de la política argentina en estos 12 años. Cuidado.
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