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La decisión y la responsabilidad: Sobre los plebiscitos y liderazgos de hoy.





Carl Schmitt decía que el soberano es aquel que decide sobre el estado de excepción, es decir, aquel que está llamado a resolver sobre aquellas situaciones a las que la ley como práctica constituyente de un orden no contempla,  o que son ilegislables en el sentido en que solo el soberano, con su poder de hacer la ley, puede decidir qué hacer.

 Lo que paso el 2 de octubre, parece sonar un poco a eso, pero en lugar de decidir, Santos confundió una decisión política con una operación de imagen pública. El valor de las decisiones políticas tiene un sustrato destacado en la responsabilidad que significa implementarlas, llevarlas a la praxis. Es importante destacar, y esto a riesgo de sonar antipático, que en ciertas circunstancias, otros deben decidir por nosotros. En definitiva es para eso y no para otra cosa que se eligen representantes a los que la Constitución les asigna una competencia con su correspondiente cuota de responsabilidad y los dota, además, de poder para mediar frente a estas situaciones límite. La idea del plebiscito supone saltear a los representantes y dejar en suspenso la caja de herramientas que el Régimen republicano tiene para la consumación de decisiones que pueden ser cruciales de cara al futuro. 

Por otro lado, la idea del plebiscito en diferentes latitudes del mundo celebrados recientemente (Crimea, Brexit, Colombia y Hungría) pueden decirnos mucho y poco a la vez sobre las cosmovisiones de la gente que va a votar. Sobre todo si partimos de la premisa de que lo que se vota no son representantes, sino la puesta en marcha (o no) de decisiones políticas concretas. Por su puesto que el arte plebiscitario no es novedoso, pero valdría de mucho analizarlo en nuestro nuevo mundo globalizado, es decir, en sociedades cada vez más heterogéneas, dispersas u anomicas, ¿Cómo reacciona la ciudadanía ante cuestiones trascendentales, cuando se las arroja a la decisión política, a un “Si o No”?. 

En Colombia tenemos un cuadro de situación polarizada  que al igual que en el caso del Brexit, arroja un empate técnico. Por otro lado en Hungría encontramos que el intento de revisar las cuotas de inmigrantes por parte del Premier fracasaron al no alcanzarse siquiera él %50 de asistencia a las urnas y por último el caso de la península de Crimea resulto en un apoyo incondicional a la separación de Ucrania y la vuelta a la órbita rusa. En todos los casos y a pesar de las diferencias obvias, tenemos polarización o unanimidad, es decir, excepciones donde la ciudadanía aparece en detrimento de los representantes que deben actuar. 

Queda pendiente analizar el rol de los medios de comunicación en el entramado de esa ciudadanía, si es que lo tienen y cuál es su alcance, es decir, hasta qué punto pueden “moldear” o no una consciencia. No hablo tan solo de las cadenas de televisión y radio, sino, y sobre todo, el rol cada vez más destacado que cumplen las redes sociales en el tratamiento de la información y su correspondiente filtro reflexivo/critico. En Sociedades donde el periodismo como se lo conocía hasta hace no más de 30 años parece estar dejando el camino a la comunicación horizontal, hundida en el sentido común, y que si es crítico, carece de referencialidad y se erosiona con el anonimato, ya no estaríamos entonces hablando de Comunicadores y receptores pasivos en un sentido vertical, sino de puros comunicadores (en minúscula).   

Lo que late en el fondo es el antagonismo entre decisiones, responsabilidad y consenso en momentos críticos, donde hacen falta representantes, líderes que estén a la altura de las circunstancias, responsables que no se escondan en un plebiscito, que cumplan con las atribuciones con las que ciudadanía los empodera. Espero ser claro, y no caer en una visión elitista de la situación, pero parece necesaria una reflexión frente a la democratización acrítica y apolítica a la que parece, estamos marchando. En este sentido, el formato del plebiscito nos da una radiografía de como las buenas intenciones pueden erosionarse sin representación política. En sociedades donde cada vez más el espacio de lo público se licua con el espacio privado, devaluando el carácter político del primero y en última instancia termina arrojándonos a una zona de  indeterminación, opaca. Tal vez entonces, así se pueda explicar el desconcertante resultado del domingo, como el avance de esta ciudadanía indeterminada a costa de los liderazgos fuertes.

                                                                                                       

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