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De animales, próceres y billetes.



Paso ya un tiempo desde que comenzaron a circular los nuevos billetes con figuras de animales reemplazando a los próceres de la patria. Aun así poco se ha escrito sobre esto; sobre esta transformación operada sobre de los que a mi parecer es uno de los grandes símbolos de soberanía, la moneda. Indagar a partir este gesto me resulta pertinente para detectar algunas pautas o principios que estructuran el paradigma cambiemita de gobierno.
                ¿A qué se debe ese abandono de la historia, esa sustitución de la figura del prócer por la de un animal?; ¿Que proyecta este paradigma en la figura de los animales plasmada en nuestra moneda?. 
Aquí ensayo algunas respuestas provisorias, sin cizaña, solo con la intención de revolver el pensamiento crítico. 

En primer lugar podríamos postular que el gobierno asocia la historia con una mochila pesada de la que hace falta deshacerse para poder avanzar; en otras palabras, intenta deshistorizar,  poner fin a la “grieta” a través de este gesto curioso. Porque, seamos honestos,  ¿Quién había debatido hasta ahora  a nuestros próceres?, al menos a los que aparecían en los billetes. ¿Con qué necesidad fueron desplazados?, ¿Era una prioridad, una demanda instalada por “la gente”?  En mi opinión se trata de otro gesto de un gobierno que hace de la gestión, la despolitización, y por ende el corrimiento de la historia sus máximas banderas.



Cuando Marcos Peña dice en el coloquio IDEA que una de las mejores cosas que hicieron como gobierno fue poner a los animales en los billetes porque de ese modo “dejamos la muerte atrás” parece establecer una diferenciación tajante entre dos polos irreconciliables, entre la vida y la muerte. La vida se define en base a su identificación con todo lo que no es la muerte, esta ultima sería todo aquello que nos liga al pasado, lo que nos constituyo como Estado y como Nación, las disputas, los caminos que nos llevaron desde ayer hasta el hoy. Parecería imprescindible para este gobierno, bajar esos cuadros del panteón de la historia, del símbolo máximo, si se quiere, de la soberanía que es la moneda nacional. La deshistorización otra vez. El truco está en que ese gesto deshistorizador no es neutro, no es apolítico, sino que solamente busca encubrir intenciones manifiestas y latentes de crear una nueva historia, una historia sin próceres.

En segundo lugar, dejando de lado la argumentación previa y haciendo un ejercicio de abstracción, supongamos que no se trata de un gesto siniestro deshistorizante. La institución de la moneda desde siempre,  tiene que ver con un la conformación del Estado Nación, de hombres haciendo historia patria, ¿qué significaría enarbolar a la naturaleza, si está es siempre previa a cualquier Estado-Nación?, ¿Qué valores, qué deberes, qué derechos pueden simbolizar los animales?
En tercer lugar podríamos hacer un racconto y hallar correlatos entre las múltiples faltas a la memoria histórica en boca de varios funcionarios del actual gobierno nacional[2][3][4] en torno a la cuestión de los derechos humanos en nuestro país y más precisamente a la década del 70´, con este desplazamiento de los próceres en pos de un nuevo tipo de relato, que intenta reunir mayorías, sin estar conectado con el pasado, es decir sin memoria, sin historia.
Suponiéndose por encima del “pasado”, de la “herencia” este relato busca socavar los pilares de nuestra memoria histórica para colocarse como el gobierno del futuro, de la pura expectativa sin apelar a lo pasado, simulando ser un signo que busca su significado en el futuro, quemando el pasado, purgándolo de toda conflictividad con el presente, como si tal alquimia fuese posible; apelando a la moralidad y los valores individuales como ese transporte que nos trasladara a ese futuro que llega siempre mañana.

 A modo de conclusión podríamos decir respecto a estas premisas provisorias sobre el paradigma deshistorizante cambiemita, que si bien podrían parecer en el aire o puro humo simbólico, las mismas, sin embargo tienen su correlato en la realidad histórica y en la memoria colectiva de la que intentan correrse. Tarde o temprano la mímica ahistórica y despolitizante decanta y se desfonda, ya sea en las urnas, ya sea en las calles.
En la era de los relatos, de la “posverdad”, donde el hombre se pelea con el autor que escribe su historia, donde todo parece sobreinterpretado, un intento de borrar la historia parece al menos arriesgado, un salto al vacío en búsqueda de una legitimación que el gobierno aun no consigue por meritos facticos propios sino solamente a expensas de vaciar y demonizar al pasado.

Los pueblos que no tienen memoria están obligados a repetirla. Parece un buen gesto llamar la atención sobre estos guiños deshistorizantes y despolitizantes que están ocurriendo aquí y ahora. Para todo esto es que sirve la memoria y la historia, porque al fin y al cabo ¿Que somos sin historia y sin memoria?, si nuestros próceres no están en nuestros billetes; ¿Como sabemos quiénes fuimos, quienes somos?


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